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| Tema: LAS COEFORAS DE ESQUILO Dom Abr 29, 2012 12:36 am | |
| LAS COÉFORAS DE ESQUILO
El teatro de Delfos, al pie del monte Parnaso
Entre Esquilo y Eurípides, Sófocles es el autor dramático de la Antigüedad que se encuentra más cerca de la sensibilidad del lector moderno, ya que dio en la escena trágica griega predominante importancia al sentimiento, saliéndose de este modo de los cánones rígidos y religiosamente dogmáticos de la tragedia esquilista y la euripídea. Sus personajes, por esta misma razón, dejan de ser héroes como en Esquilo y simples caracteres como en Eurípides, para ser nada más que hombres que sufren y sienten como tales.
Sófocles desarrolla y encauza las reformas que Esquilo había planeado y logra crear un abismo más hondo entre su obra y la de su predecesor que el existente entre la de éste y los suyos. En cuanto a la estructura externa de la tragedia, la principal innovación de Sófocles fue la introducción del tercer actor, que completó el proceso de decadencia del coro que había iniciado Esquilo con su invención del segundo actor. Con tres actores en escena, puede Sófocles ya confiar en el diálogo, como nervio e hilván del argumento y prescindir del coro como elemento de descanso de intermedio, entre las escenas. Otra importante innovación de Sófocles fue separar las cuatro obras de la tetralogía obligada en los concursos y darles argumento independiente; ello significa pues, la supresión del sistema de Esquilo, de presentar historias de familias en sucesivas generaciones. 7
Hace también descender a la tragedia del plano sobrenatural en Que flotaba, para hacerla más humana y más terrenal. La complejidad del alma del hombre será el tema favorito de Sófocles y aguzará su ingenio en buscar los matices Que reflejen sus vacilaciones y arrebatos. Sófocles se distingue de Esquilo en que huye de lo espectacular, de lo terrorífico Que había cultivado éste. Los personajes de Sófocles serán hombres libres de la opresión de las fuerzas monstruosas, que se moverán con arreglo a un argumento tradicional Que el público conocerá de antemano.
Si en Esquilo el héroe se veía aniquilado por la condición de inflexibilidad del destino, en Sófocles el binomio hombre-destino alcanza su grado máximo de fusión. El hombre en sus tragedias, ya despojado de toda rigidez preestablecida, se ve abocado a un problema, una disyuntiva que sólo él es capaz de solucionar apelando a su determinación individual conformada por la circunstancia en que está viviendo. Por otra parte, el destino en Sófocles no es una fuerza imposible de vencer, sino que la determinación humana puede y debe empeñarse en modificar su curso delineando de este modo la propia vida y marcándola con el sello de su individualidad moral.
Otra evolución que marca Sófocles dentro de la elaboración del arte trágico es el desplazamiento
Huellas 13 Uninorte. Barranquilla pp. 7 - 12 Diciembre 1984. ISSN 0120-2537
del centro de la atención del coro al protagonista. Si la masa coral es el eje alrededor del cual se desarrolla la tragedia esquiliana y en ella el protagonista no es más que un desprendimiento del coro, en cambio en Sófocles por interrnedio del protagonista triunfa el individuo que se erige en el núcleo trágico.
Así mismo en Esquilo más que el coro o el protagonista interesa el problema trágico mientras que en Sófocles sólo importa de qué modo el individuo encara y resuelve el problema. Las intervenciones del coro serán prudentes, sobrias, opuestas a las iracundas explosiones del coro de Esquilo; instrumento de pacificación entre los protagonistas; coro en fin de un pueblo temeroso de los dioses y de las leyes, que aprovecha todo suceso como moraleja.
En las Coéforas la acción comienza con el arribo de Orestes a su patria, resuelto a tomar venganza por el asesinato de su padre. Llega acompañado de su fiel amigo Pílades a cumplir todo lo ordenado por el oráculo. Se acercan al lugar donde se alza el túmulo de Agamenón a tiempo que a él se encaminan las esclavas de Clitemnestra portando libaciones que la reina ofrece a los manes de su esposo para conjurar los peligros con que en sueños se ha visto amenazada.
Electra se une a las esclavas y luego, al ver las señales que Orestes le hace, lo identifica como su hermano, a quien no ha visto hace muchos años. Enterado de todo lo que ocurre, satisfecho por las informaciones obtenidas, se dirige al palacio fingiendo ser un viajero focense, que al pasar por Daulia recibió encargo de comunicar a los deudos la noticia de su muerte. Inmediatamente que Egisto lo oye sale regocijado a cerciorarse de la verdad y enseguida es asesinado. Acude a sus ayes Clitemnestra y también pierde la vida a manos de sus hijos sin que le valgan las razones con que intenta defenderse. Pero cometido el horrendo parricidio, las Furias se apoderan de Orestes, el cual huye a Delfos perseguido siempre por las tenaces vengadoras.
En la Electra de Sófocles tenemos que la acción comienza con la llegada de Orestes acompañado de su ayo y de su amigo Pílades, personaje mudo durante toda la trama. En esto encontramos la primera diferencia entre los escritores: en Esquilo no aparece en ningún momento el ayo que es quien ayuda aquí a llevar a cabo la venganza.
Orestes en este prólogo expone a ambos los medios de que se valdrá para realizar su propósito. Cuando ellos están frente a la tumba de Agamenón sobre la cual ha puesto Orestes un rizo de sus
8 cabellos como ofrenda, aparece Electra en la escena quejándose y lamentándose de todos sus males y de la espera infructuosa de su hermano.
Electra durante toda la tragedia parece que ha pasado ya de los treinta años. Algunos indicios nos lo indican. Ella siempre ha sido, desde el momento del nacimiento de Orestes, la “hermana mayor”. Todos los cuidados y preocupaciones han sido para él. Cuando muere Agamenón, Electra es de bastante edad para llevar a cabo por sí misma la venganza. Ella ha soñado con este hecho, pero le han faltado el valor y el coraje necesarios. Orestes, que ha crecido en el exilio, vuelve hecho un hombre y ya bastante fuerte para vencer a Egisto.
Electra es en estos momentos un ser furioso dominado por una sola pasión: el deseo de la venganza. La muerte de su padre la ha trastornado; la ha conmovido en el fondo de sí misma: le ha revelado su propia naturaleza, su camino, su misión. Renunciará a todo: a su patrimonio, a la vida esplendorosa, para no ser más que un gemido y Sófocles ha acentuado esta noción, pues en los trescientos versos que van desde el 77 hasta el 377 no se ve más que la repetición de todas las palabras que se refieren a los gritos, los lloros, gemidos y lamentos de Electra. Su padre está muerto; un intruso ocupa su palacio y se viste con sus ropas; celebra con Clitemnestra los coros y las danzas juveniles el día universal de la muerte de Agamenón y ella debe guardar silencio. Electra con el fin de ser ese grito de rebeldía, acepta ser ruin y vestirse como esclava. Es terrible el reconocimiento de la pérdida de la dignidad, de la nobleza; esa virtud a la cual los griegos tenían como la cosa más preciosa de la vida. Y es que el concepto religioso de los griegos imponía entre los deberes más sagrados de los hijos conocedores de la muerte de sus padres, el dársela implacablemente al asesino, fuera él quien fuera y aun cuando fuese la misma madre la culpable. Más aún: tan riguroso es este precepto que el hijo que se mostrase en ello negligente cargaba con las Furias que habían de perseguir al asesino.
En medio de toda esta diatriba de Electra contra los asesinos de su padre y un diálogo con el coro que le pide serenidad y calma, aparece la figura de Crisótemis para reprocharla por sus continuos lamentos y deseos de venganza. Con violencia y con cólera le responde Electra. A sus ojos Crisótemis es cobarde, que se vuelve cómplice aunque sea inconscientemente de los asesinos.
Pero ésta no responde en el mismo tono; ya está habituada a la violencia de la lengua de su hermana, si ella le advierte es porque tiene conocimiento de que un gran peligro amenaza a Electra. Egisto y Clitemnestra, fatigados de sus
gritos, deciden encerrarla en un remoto calabozo donde no verá más la luz del sol, si no consiente en cambiar de actitud apenas Egisto regrese de los campos. Electra responde: “Pues si es para eso, que venga cuanto antes” (p. 244). Extraña reacción en ella que hasta entonces está atenida a Orestes.
Coloca Sófocles ahora un diálogo fuerte y firme hecho con frases muy breves de gran contenido, en medio del cual Electra se entera de las ofrendas que viene a hacer Clitemnestra a la tumba. ¿Cuál es la causa de este hecho asombroso? El miedo que ha pasado esta noche; una pesadilla, un “terror nocturno”, como dicen los griegos. Electra siente un alegre estremecimiento. El sueño que le han enviado los dioses a Clitemnestra, ¿es el signo de que ellos intervienen, que la venganza se aproxima? Anhelante interroga y he aquí lo que escucha:
Clitemnestra ha creído ver a Agamenón aproximarse a ella; tiene en sus manos el cetro, símbolo de su poder real; ese cetro usurpado por Egisto. Lo planta en el hogar de su morada y de éste nace una gruesa rama que cubre con su sombra a todo Micenas.
El sueño de Clitemnestra también lo finge Esquilo. Para éste, la reina sueña que está amamantando a una serpiente que resultó ser su hijo Orestes, la cual le devoraba. Tal sueño no podía ser sino presagios de castigos próximos. La serpiente tenía en la opinión general este significado, nacía abriéndose paso a paso a mordiscos en el vientre de su madre. La interpretación desfavorable y amenazadora es en Esquilo obligada e ineludible.
No es tan evidente la interpretación en Sófocles. A la aparición en sueños del antiguo rey asesinado y del cetro floreciente la llama Clitemnestra “sueño ambiguo”, de resultado incierto: para volverlo propicio ha enviado a Crisótemis con libaciones y esto mismo lo pide ella en su plegaria al dios Apolo.
Pero para Electra no admite duda: es un mensaje enviado por Agamenón, presagio de buena ventura para ella y perdición para sus opresores. Suplica a Crisótemis que no lleve esas ofrendas infames, que las arroje y que antes bien presente un rizo de sus cabellos porque tales dones sí serán bien recibidos. Crisótemis se va y el coro expresa la esperanza feliz que el sueño despierta en él: un signo venido de los dioses anuncia la llegada de la venganza.
Las tragedias no cuentan nunca una historia desconocida al espectador. Todos saben que Orestes vuelve, que Clitemnestra será asesinada por sus hijos. La fuente del interés no está entonces en lo que se cuenta, sino más bien en el 9
carácter de los personajes: sus maldades, sus sufrimientos. Por eso Sófocles pone a sus personajes en presencia de otros. El envía a Electra delante de su hermana: la hija fiel en presencia de aquella que no perdona, no olvida, pero que teme obrar. Discusión que muy sabiamente ha colocado Sófocles en el cuerpo y centro del drama, como medio de excitar y enardecer el ánimo de la protagonista.
Clitemnestra está inquieta por el sueño que ha tenido y no contenta con las ofrendas que ha hecho depositar, sale del palacio para ofrecer frutos a la estatua de Apolo para que la libere de los sueños que la obsesionan. Apenas ha terminado sus ruegos, un extranjero se presenta. Es el ayo preceptor de Orestes que viene a anunciar, engañando a todos, la noticia de la muerte de éste, acaecida en un certamen hípico. Sófocles en este pasaje de la descripción de la muerte de Orestes, comete el anacronismo de fingir en tiempos de éste, juegos píticos griegas que no se fundaron hasta el año 582.
La llegada de este mensajero inmediatamente después de los ruegos de Clitemnestra es una obra de arte, de habilidad psicológica y escénica de Sófocles. En apariencia es como si los dioses le respondieran a la reina. Nosotros sabemos que todo es falso, que Orestes en Argos prepara la venganza, pero hace esto para despistar a sus enemigos y aflojar la vigilancia alrededor del palacio.
Pero para Electra no hay duda. No tiene razón para no serlo y ése es el fin de sus sueños. Para ella el ayo, al cual no ha podido reconocer después de tanto tiempo, es la sombra mensajera del Hades. Clitemnestra finge aflicción. “Tiene sus misterios estos de ser madre; no puede una aborrecer lo que ha dado a luz, aunque sea maltratada” (p. 256). Pero ella revelará enseguida los temores que tenía acerca del regreso de Orestes: en el colmo de la alegría invitará al mensajero a penetrar en su palacio. Electra revelará también el verdadero fondo de su alma: “¿Os figuráis que la malvada se va triste y quebrantada de dolor a llorar amargamente y a lamentar la atroz muerte de su hijo? ¡Se ha ido riéndose de ella! ¡Oh triste de mí! ¡Orestes de mi alma! Cómo me has arruinado con tu muerte ... ¿Para qué quiero la vida? (p. 257).
El coro se rebela junto con ella por esta ausencia aparente de justicia divina. En vano el coro pregunta por el mito de Anfiarao, quien había sido muerto a traición por su mujer seducida por Polinice; Anfiarao es vengado por su hijo. “Pero yo no tengo a nadie; el que me quedaba ha desaparecido arrebatado” (p. 257). En este momento y para mayor dolor de la hija de
Agamenón, llega Crisótemis llena de alegría. Ha ido a la tumba de su padre y la ha encontrado llena de flores y húmeda por las libaciones. Un rizo, ofrenda de un desconocido, está también sobre ella. Nadie se hubiera atrevido a hacer esto sin querer desafiar la cólera de los reyes y una imagen se levanta ante los ojos de Crisótemis. Orestes es el único culpable
otra parte, tanto tiempo de sufrir, mientras te envejeces sin himeneos, sin lecho conyugal? Y no te figures que los has de lograr no sea que nuestra triste vida se cambie por otra peor, si alguien oye la conversación. Nada nos resuelve, nada nos sirve adquirir fama de valientes y morir afrentosamente” (p. 263). de tal cosa. Mas Electra la desengaña. Orestes está muerto y eso lo ha hecho alguien movido por la piedad del destino de los Atridas. Del rizo se vale también Esquilo en su obra, pero hace que Electra y el coro den por cierta la proximidad de Orestes, porque el rizo hallado se parece a la cabellera de su hermano.
Orestes e Ifigenia. Escena de la tragedia antigua. Ánfora apúlica. Hacia 400 a. de J.C. Nápoles. Museo nacional. (Según Furtwangler: “Pintura de vasos”)
Pero a Electra le importa vivir en el deshonor y llevar una existencia vil. Su hermana le predice los sucesos de su loca tentativa. Locura puede ser, pero noble y generosa y es lo que el coro afirma: “¡Oh niña! Que has escogido para ti un vivir de incesantes lágrimas. Echa de ti tal infamia y llévate a una dos glorias: la de ser tenida por sensata y por valiente”(P. 266). En este momento aparece Orestes, el hermano salvador tan esperado. Se presenta como mensajero de Focia que lleva a Argos la urna con las cenizas de Orestes. Electra no lo reconoce y le ruega que le permita apretar contra su corazón las cenizas de quien tanto ama. Ella lo manifiesta con gemidos delirantes que demuestran que está poseída de un verdadero sufrimiento. Un actor, llamado Polo, según cuenta Aulio Gelio, interpretó esta escena sirviéndose de una urna en la que guardaba los restos de su
Acrópolis de Atenas visto desde el oeste. Fotografía de W. Hege
Electra en el fondo, sin embargo, se llena de un nuevo valor: si ya no puede contar con una mano varonil que la ayude, ella actuará sola y querrá arrastrar consigo en el plan de la venganza, a su hermana”. ¿Hasta cuándo vas a seguir en esa indolencia? ¿O qué esperanzas puedes abrigar sin fundamento, si estás por una parte, gimiendo desposeída de la hacienda de tu casa y llevas, por otra parte, tanto tiempo de sufrir, mientras te envejeces sin himeneos, sin lecho conyugal? Y no te figures que los has de lograr vas a seguir en esa indolencia? ¿O qué esperanzas puedes abrigar sin fundamento, si estás por una parte, gimiendo desposeída de la hacienda de tu casa y llevas, por
10 propio hijo.
Orestes ha oído los lloros delirantes de su hermana y no puede disimular. Aquella con quien ha soñado, que fue su inspiración, está ahora vestida como una esclava, vieja y desesperada. Es el momento de descubrirse. Ella pasará de la desesperaci6n más profunda a la alegría más intensa. Para ella ha vuelto la luz, la felicidad. Orestes ha tardado en venir a Argos porque esperaba el mamen. to cuando los dioses mismos le dieran la orden de ponerse en camino. Le pide que le informe de lo que sucede en palacio y la incita a disimular la alegría que la invade. Se ve que Orestes está seriamente preocupado con el secreto de sus planes y que no es asunto para tratar. lo en público con toda su crudeza, como lo trataron Esquilo y Eurípides.
Comparar este reconocimiento de los hermanos con el de Esquilo es interesante. Sófocles le supera en la suavidad e interés con que va descorriendo el velo a los ojos de Electra, en el pasaje del drama donde ha colocado este fragmento, muy cerca ya del desenlace y una vez que la labor dramática está realizada por el coro; en el arte con que insinúa las pruebas suficientes para la identificación de Electra y además en el admirable contraste con los efectos que inmediatamente han precedido. Pues mientras el otro poeta precede al descubrimiento de Orestes los diversos indicios que lo han anunciado, en esta tragedia por el contrario, han llegado las cosas al extremo de la desconfianza e imposibilidad de que puedan llegar; se ha anunciado y descrito la muerte de Orestes; se han traído sus cenizas; con ellas en la mano ha cantado Electra la elegía más dolorosa, cuando de repente se encuentra con que su hermano está vivo y resucitado y entre sus brazos y su propio corazón queda no menos resucitado que él. mismo.
Mas he aquí que aparece el viejo servidor de Orestes, quien los reprende y les aconseja que dejen para más adelante sus manifestaciones de alegría. Electra asombrada pregunta quién es él. Orestes le responde y el viejo servidor corta el gozo que en ella ha vuelto a haber. El es un hombre de acción, el instrumento, el de las decisiones. Orestes ha querido saber si en el palacio se ha recibido con gozo la noticia de su muerte, pues esto legitima el acto que va a cumplir: la muerte de los reyes. Entra con el ayo en la morada de Agamenón llevando en sus manos la urna y después de una breve plegaria a Apolo, Electra entrará igualmente.
El coro espera ansioso. Electra regresa para vigilar los alrededores del palacio, no sea que de súbito llegue Egisto y eche todo a perder. En estos momentos un grito se oye: Orestes y Filoctetes han rodeado a la reina. Sus mujeres han escapado; ella también está sola como lo estaba Agamenón en el momento de su muerte. Esquilo pone sobre la escena y delante de los espectadores el diálogo entre la madre y el hijo que la asesina (p. 292-295). Sófocles, y el efecto es más trágico aún, no hace hablar a Orestes. Además en Esquilo se consuma primero el asesinato de Egisto y por último el de Clitemnestra, contrariamente a lo que sucede con Sófocles.
Al no hablar Orestes, es Electra quien sobre la escena acompaña con sus reflexiones los gritos de su madre. –“Hijo mío, apiádate de la que te dio el ser” (p. 277). “No te apiadaste tú mucho, de éste ni del padre que le engendró” (p. 277). Hay algo feroz, tan inhumano en la actitud de Electra que el coro no puede impedir que le salga un grito de horror a la ciudad y la raza de los Pelópidas que el odio empuja a desgarrarse.
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Clitemnestra es golpeada y con una ferocidad cruel, Electra ha gritado a Orestes: “Dale si puedes otra vez” (p. 278). Orestes lo hace. Electra da ahora sus voces de muerte contra Egisto. Brutal lenguaje, que aún artísticamente afea el carácter de la heroína. El coro no reprocha ya que estas muertes son el resultado de la venganza, de la maldición de los muertos.
Entonces en el alma de Electra hay un cambio brusco, cuando el acto se ha cumplido. El instinto filial se despierta en ella, y solamente dice: “Ha muerto la infeliz”. O restes no comprende que el corazón de su hermana ha despertado a la piedad. Por eso le dice: “No temas ya que la soberbia de la madre te insulte jamás”.
En este momento Egisto aparece a lo lejos marchando rápidamente. Orestes y Pílades se esconden en el vestíbulo del palacio. Llega feliz preguntando por los extranjeros que han traído la noticia de la muerte de Orestes. No tiene los escrúpulos de Clitemnestra para disimular al primer momento el gozo que llena su alma. Quiere ver las cenizas y gozarse con ellas, y a la vez que se abran las puertas a todos los habitantes de Micenas para que las vean y pierdan ya definitivamente toda esperanza de retorno. Y para mayor alegría recibe su supremo triunfo cuando ve que Electra se le somete, ella que siempre había estado en contra de él. Electra con humildad fingida se reconoce vencida: -“Por lo que a mí toca, ya está todo hecho; el tiempo me ha enseñado a entenderme con los más fuertes que yo” (p. 280).
Las puertas del palacio se abren y en forma violenta aparecen Orestes y Pílades llevando el cadáver de Clitemnestra. Delante del cadáver que él cree que es el de Orestes, ordena descorrer el velo para darle el homenaje prescrito, el ritual de las lamentaciones fúnebres. Tal es la ceguera de Egisto que no se asombra que su mujer no haya salido a recibir a los extranjeros. “Y tú, si está Clitemnestra por casa, lIámala”: “Está muy cerca de ti no andes mirando a otra parte” (p. 280). Un grito se escapa de sus labios, porque se da cuenta que está en medio de sus enemigos e inmediatamente suplica que se le deje hablar. “Entra y aprisa; no son palabras, sino la vida la que aquí se juega” (p. 281).
Electra tiene ahora la misma impiedad por Egisto como la tuvo por su madre en un principio. Ella ha hecho sufrir demasiado, la ha humillado y es por eso por lo que apura a su hermano a terminar rápido el asunto. Orestes obedece, pero hace que Egisto sea asesinado en el mismo sitio en el que ha sido asesinado Agamenón.
A la hora de la muerte, los hombres -en la creencia antigua- ven más lejos que el común de los mortales, y es por eso por lo que Egisto predice: “Está condenada esta casa a ser teatro de todas las desventuras, pasadas y por venir, de la familia de Pélope” (p. 281). Perrotta atribuye la lentitud con que se desenvuelve esta escena a fines y razones técnicas: era preciso dar tiempo para que la máquina que le había traído a la escena, se llevase el cadáver de Clitemnestra al interior.
Pero a pesar de todo, Egisto no se humillará con súplicas indignas; morirá como un hombre y entrará
las Furias vengadoras de su madre le persiguen como parricida y huye exclamando: “¡Me persiguen; no, no puedo estar aquí”! Sófocles trata el tema de manera mucho más independiente. El anuncia desde el principio que Orestes no ha de salir deshonrado y cierra perfectamente el drama con el epifonema final, en que, sin mirar para nada el porvenir, da ya por cumplida la obra de la justicia y restaurada a su primer ser, la casa y familia de Atreo.
BIBLIOGRAFIA en el interior del palacio mientras el coro grita: “Oh CANTARELLA, Raffaele. La literatura griega estirpe de Atreo, ¡cuántos trabajos por tu libertad! ¡Por fin, merced al golpe de hoy, la has recobrado clásica. Tr. por Antonio Camarero. Buenos Aires, Losada, 1971. (Las literaturas del mundo). perfecta!” (p. 281). ESQUILO y SOFOCLES. Obras completas. Tr. por Observemos cómo los poetas antiguos trabajaron por la progresiva humanización de las ideales normas de justicia tan crueles. Estudiando el final de las dos obras, vemos que en las Coéforas de Esquilo Orestes (después del asesinato) siente que
2 José Alemany. 4a. ed., Buenos Aires, El Ateneo, 1966.
SOFOCLES. Tragedias completas. Tr, por Ignacio Errandocea. Madrid, Aguilar, 1969. | |
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